Vacaciones en el Lago Victoria. Y peces prehistóricos digitales cutres y cafres. Pinta bien. Alexandre Aja llamó la atención del aficionado con “Alta tensión” (2003), y la mantuvo ─cosa harto complicada en estos tiempos─ con su salto a Estados Unidos de la mano de Wes Craven con el remake de “Las colinas tienen ojos” (2006). Con “Reflejos” (2008) desbarró un tanto al tratar de amalgamar excesivos componentes fantaterroríficos en una sola película, aunque constató un cariño por el género lo suficientemente valioso como para seguir teniendo su trabajo en consideración, máxime colocando al frente del reparto a un Kiefer Sutherland en pleno furor baueriano. Y esta delirante “Piraña 3D” que ahora nos ofrece vuelve a remarcarle como uno de los nuestros.
Propuesta totalmente veraniega ─primaveral por aquí, el circuito manda─ desde su mismo espíritu, la historia eternamente contada de un dispar grupo humano que ha de enfrentarse a un horror inasimilable cortesía de la naturaleza mantiene toda la fuerza juvenil que necesita para convertirse en una disfrutable herramienta de catarsis colectiva. En los primeros rollos, los bichejos insinúan su apetito mientras Aja regala un apabullante festival neumático a un palco hormonado que recibirá con alborozo un aluvión inagotable de muchachas voluptuosas ─actrices porno como Riley Steele metidas a reinas del grito se encargan de mantener alta la temperatura ambiente─, concursos de camisetas mojadas y un tono palomiteramente festivo, verbenero y fresco en general ─«Bonito trombón» «Gracias, bonitas tetas»─, punta de lanza de un hemoglobínico armatoste espectacular y formalmente notable.
Porque pasada esa primera mitad más centrada en el muslo, pata, pechuga y alita de la despreocupada mocedad, la película se vuelva loca y concreta la amenaza acuática para convertirse en un sabroso y descacharrante festín gore regalado por los maestros Nicotero y Berger, un continuo de excesos protagonizado por un elenco tan divertido como inesperado ─por encima de los pimpollos prescindibles encontramos a Elisabeth Shue, Ving Rhames, al golfo de Jerry O´Connell, a un Christopher Lloyd pasadísimo de vueltas o a Eli Roth, que se marca uno de los homenajes sangrientos más contundentes desde el Tom Savini de “Maniac” (1980)─ dispuesto a compartir con el espectador algo menos de noventa minutos de sana chifladura, una re-exploitation que consigue esquivar la acusación de ser fruto de la falta de ideas de Hollywood para convertirse en algo nuevo, capaz de renacer con efectividad a partir del clásico entrañable en el que se basa y al que supera sobradamente.
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